Me desperté antes de que sonase el despertador, el ruido de un mensaje del móvil me obligó a levantarme. Tuve la curiosidad de leer lo que ponía. Era un mensaje de mi prima Sara, la única prima a la que mi padre adoraba, aunque nunca la viésemos. Me pareció raro de que diese señales de vida, porque llevamos sin verla varios años. El mensaje decía lo siguiente:
‘Tengo una buena noticia. Ya he acabado mis estudios en Nueva York después de cuatro años. Voy a ir a Morón de la Frontera para estar con todos vosotros. Probablemente ya no regrese más aquí. Estoy deseando llegar. Os echo de menos. Cojo el avión en unos minutos desde el aeropuerto de Boston a las 8:00de la mañana. Un beso, os quiero.’
Al decírselo a mi padre no se lo creía. Tuve que insistir varias veces. "Ya ha tenido que salir", le dije. Cuando me di cuenta, se le saltaron algunas lágrimas, pensaba que nunca iba a volver a ver a su preferida.
Aún recuerdo aquel 11 de septiembre. Este día está marcado en la historia de la Humanidad. Pero no por lo que ocurrió, sino porque todos sabremos con exactitud qué estábamos haciendo a las 15:48, hora española aquel día.
Mi padre, como de costumbre, a esa hora escuchaba la radio. El reportero dijo que un avión secuestrado que salía a las 8:30 horas se había estrellado junto a las Torres Gemelas. A partir de ese día, no volví a verlo llorar nunca más.
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