En la historia de la
enfermería nadie va a recordar la primera operación que se hizo
para extirpar las amígdalas. Fue la mañana del 20 de Diciembre. La
medicina cada día se renueva, y en esa renovación, el olvido es
necesario. Sin embargo, estoy segura que ninguno de nuestro equipo
olvidará esa primera extirpación. Sobre todo por el paciente con el
que se ensayó con éxito.
Marcelo Oise Valencia. Un
paciente muy sereno, casi indiferente cuando los médicos le
comunicaron que debía ser sometido a una intervención de alto
riesgo, con peligro de muerte, porque habían visto que una de las
venas de su quejosa garganta se había abierto. Dijo sí sin titubear
un solo segundo y añadió: -”Llega a ti la muerte: debieras
temerla si pudiese quedarse junto a ti, pero una de dos: o no te
alcanzará, o pasará”.
El equipo del doctor Luque
insistió en la gravedad. Y él respondió: -”Quizá sea para mi
bien y la muerte de la que hablas acreditará mi vida”. Le
explicaron todo el proceso, pero de él solo obtuvimos silencio.
El día a la intervención,
justo antes de ser anestesiado, con calma dijo: -”Sabéis, no me
asusta terminar, porque es lo mismo que no haber empezado, ni pasar a
la otra orilla, ya que en ninguna parte viviré con tanta estrechez
como aquí”. Todos estábamos asombradísimos, no habíamos estado
ante un paciente similar nunca.
Todo salió bien, Marcelo
recibió el alta, solo, como había estado todos los días
anteriores. Y con secuelas de la anemia que el proceso conllevaba.
Las auxiliares encontraron entre las sábanas revueltas un libro de
Séneca, me lo dieron a mí, porque sabían que devoraba libros entre
las horas muertas de los turnos. Eran las “Epístolas morales a
Lucilio”. En la primera página había un fragmento de una de
ellas: “Consideramos lejana a la muerte,
siendo así que gran parte de ella ya ha pasado”.
30 años después, es el
libro que más me ha ayudado para afrontar mi trabajo y por él no necesito el traslado a ninguna otra área más tranquila y amable.
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