Fue una noche fría
de invierno del 65. A día de hoy la sigo recordando como si hubiera
sucedido ayer. Otra noche más, atrapado dentro de esas cuatro
paredes, dándole vueltas al mismo tema una y otra vez. Estaba
enamorado, enamorado de una mujer a la que me encontraba
imposibilitado verla.
Pero de la que estaba tan
obsesionado. Como todos mis compañeros de legión quería
homenajearla con un tatuaje con su nombre.
Nos comunicábamos por cartas, día tras día, todos los
sentimientos quedaban sepultados en el papel. Al escribir aquellas
cartas era como si las paredes desapareciesen y no estuviera solo o
solo estuviéramos ella y yo.
Aquella noche lo
pasé francamente mal, estaba vacío por dentro. Olga me dejó de
escribir. Aun podía sentir sus frías manos acariciándome por todo
mi cuerpo, su sonrisa, sus grandes ojos que cuando los veía, me
hacían viajar a otro mundo, su suave piel… Quizás me estaba
volviendo loco, y lo que más deseaba en ese momento era huir de
aquel cuartel y buscar a Olga por todas partes. ¿Se habría olvidado
de mí? Sentía como si las cuatro paredes de aquella oscura
habitación se encogieran más que nunca y que poco a poco me
atrapara para siempre y me encerrara en un mundo sin sentido. Hubiera
hecho todo lo posible para escapar de allí en busca de Olga.
De pronto un sargento entró al cuarto y pude ver el brusco empujón
que le dio a aquella persona dejándola tirada en la cama, me
incorporé discretamente y estuve mirando fijamente. Era Marcelo, el
Sevillano. No sabía que seguía cumplido condena. El chico se negaba
al servicio militar, un objetor de esos. Pero nadie merecía ser
tratado así. No deja de acumular dolor tras
dolor, y supongo que esa violencia gratuita hacía él, le daba de
algún modo la razón y nos hacía al resto más injustos. Él ahí,
fiel a sus ideas y principios. Nosotros mirando para otro lado.
En
la oscuridad y el silencio que había en la habitación, podía
sentir los golpes y los insultos y como él ni intentaba defenderse,
ni decía nada para que pararan. De alguna forma pensé que yo era
como él: ambos atrapados en la celda de las armas. Ambos en el
camino de la impotencia...
El
sargento se dio cuenta que yo estaba despierto. Creí que me
arrestarían por mirar lo que no debía. Pero me mandó atenderlo.
Ayudándolo pude descifrar lo que El Sevillano mascullaba entre
sollozos lleno de impotencia y angustia. Por él, y no por Olga,
tengo en mi espalda: “Cometer una injusticia es peor que sufrirla”.
Nota del editor: Cartas que revelan la relación entre el compañero de Marcelo y su novia Olga.
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