Reorganizando mis papeles de cuando
trabajaba en el colegio Primo de Rivera, encontré unas cajas de
dibujo de todos aquellos alumnos a los que le había dado clase. Como
maestra meticulosa que era, me gustaba guardar las obras
realizadas por el alumnado. En la clase no había alumnos brillantes, había muy pocos que destacaban y entre ellos un alumno muy peculiar,
Marcelo.
Él tenía en sus manos el poder de manejar el lápiz de
tal manera que refleja lo que veía, sentía o admiraba. Un día pedí
hacer un retrato de alguna persona y explicar quién era, cómo se
llamaba y por qué lo había elegido. Mi asombro fue cuando al
recogerlo vi que Marcelo había entregado un retrato pero con una
explicación tan valiosa como sus trazos.
Pincha para ampliar y ver el trabajo al que hace referencia
la profesora Montserrat Cebayo
Ahora, muchos años después, comprendo, al
tener el retrato entre mis manos de nuevo, la frase de ese ser
imaginario o real en la mente de Marcelo. Ahora, que soy una maestra
jubilada, que vive de recuerdos creo comprender, aunque sea de
pasada, la inteligencia y la sensibilidad de uno de sus pupilos.
Nota del Editor:
Dejamos aquí el texto del trabajo de Marcelo, para que el lector pueda leerlo con comodidad:
El hombre que le
describo, aparece en ciertas ocasiones de mi vida, siempre viste con
atuendo como un pantalón color marrón, de aspecto desgastado, una camisa de cuadros con colores oscuros y
encima una rebeca marrón, del mismo corte que el pantalón. Su cara era muy
expresiva, redonda y castigada y su frente estrecha y llena de arrugas. Las
cejas eran escasas y blancas. Tenía unos ojos pequeños encerrados en arrugas,
reflejos de toda una vida de trabajo al sol, marrones e inexpresivos, tristes. Su nariz grande y redonda. Su boca
recubierta de arrugas que tapaba los finos labios, y firme. Sus labios eran
estrechos, finos y delgados y sus dientes alineados y blancos. Aunque sus ojos parecían tristes, su boca
parecía sonreír. Este hombre me aparece en los momento menos esperados, pero nunca me habla ni me dice nada, sólo se
queda ahí mirándome. No sé, siquiera si es real o producto de mi imaginación.
Sus mejillas deshinchadas y caídas por la edad, sus orejas
eran grandes y redonda. En general tenía
un aspecto viejo, castigado por la edad
y su dura vida dedicada al trabajo, pero parecía ser una persona amable,
cariñosa. En cierta momento, no sé cómo, pareció hablarme mientras perfilaba
sus rasgos. Me asaltaban sus pensamientos, como si hubiera entrado en mi mente
mientras lo dibujaba. Uno de los pensamientos que descifré era este: “En la
juventud aprendemos, en la vejez entendemos”. Espero que usted lo entienda, a
mí se me escapa un poco.
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