Me sorprende y entristece mucho el motivo por el que hoy estoy aquí. Conocí a Marcelo en la universidad, aunque no recuerdo muy bien por qué empezamos a hablar; hace ya muchos años. Ambos estudiábamos Matemáticas, pero él era un poco mayor que yo y ya había estudiado Física. Ahora que lo pienso, nunca supe de qué vivía; su madre no trabajaba, su padre murió tiempo atrás y él se dedicaba a los estudios, la música y la lectura.
Recuerdo que, de entre todos mis amigos, Marcelo era el que más curiosidad me producía. Siempre estaba en su mundo, resolviendo acertijos y enigmas, intentando encontrar una respuesta para todo. Sin embargo, aunque pasábamos mucho tiempo juntos, nunca sentí tener la confianza suficiente con él; algo me decía que, en su interior, había otro Marcelo que nadie jamás había conocido, un Marcelo que a mí me daba miedo conocer. Quizá hubo un momento en el que sí que fui cercana a él. Antes de aquél incidente, solíamos pasar mucho tiempo juntos; incuso íbamos a su pueblo, donde notaba incluso muchachas que me lanzaban miradas asesinas por ir a su lado. Supongo que era un hombre popular.
Perdónenme por contar esta historia con una sonrisa, cuando todos sabemos de quién estoy hablando; pero aquél fue uno de los mejores viajes de mi vida. Era a finales de los sesenta, no recuerdo el año exacto. Yo estaba obsesionada con el arte moderno, y, casi por casualidad, encontré un folleto del concierto de ZAJ en Madrid. Supe que tenía que ir, pero no sabía cómo; por aquel entonces era una locura viajar sola, y más en un trayecto tan largo. Casi había descartado la idea cuando, cierto día, ese tema surgió mientras hablaba con Marcelo. Él, emocionado, me dijo que le encantaría acompañarme; y en poco tiempo estábamos acabando todos los preparativos. Recuerdo aquellas semanas con un torbellino de emociones, pasando el día entre la universidad y la agencia de viajes. Marcelo tuvo que hacerse pasar por mi pareja para no tener problemas; aunque yo siempre supe que nunca tuvo interés por mí, y tampoco recuerdo que lo tuviera por otra mujer. Antes de que pudiera darme cuenta, estábamos dejando las maletas en Madrid. El tiempo pasaba tan rápido que todo parecía un sueño.
El concierto fue increíble. Hubo gente escéptica, que abucheó a los artistas, pues no comprendían de qué manera la acción de golpear el suelo, rasgar aleatoriamente las cuerdas de un piano o incluso comer podían ser música. Yo no me sentí estafada en ningún momento. En cambio, llegó un momento en que los ojos de Marcelo se tornaron diferentes. El músico estaba imitando el sonido de un corazón, y, súbitamente él se levantó y se marchó. No fui a buscarle; estaba demasiado absorta. Cuando nos reunimos después, no me dijo adónde había ido; pero sí pronunció unas palabras que jamás se me olvidarán: “¡El eterno reloj de arena de la existencia se invierte siempre de nuevo y nosotros con ella, granitos de polvo! De nada sirve que continúe buscando una respuesta inexistente. Al final, todos vamos al mismo río. Quizá sea mejor mantener la pregunta en el aire, sin esperar contestarla nunca”.
Marcelo nunca volvió a ser el mismo. Cada día se encerraba más en su propio mundo. Le perdí la pista hace ya muchos años; nuestros caminos se separaron en algún punto que no consigo situar… Pero espero que esté bien y que haya encontrado la solución a esa pregunta que tanto le carcomía por dentro.
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Entradas del Concierto al que se refiere la amiga y testigo de la investigación
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