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1963. PARA UNA HISTORIA DE LA TELEVISIÓN

Morón de la Frontera. Lunes, 25 de noviembre de 1963.

He podido rellenar fácilmente diez u once folios con las miles de palabras que surgen en mi cabeza, pero la tinta no es capaz de expresar todo lo que ha cruzado mi corazón en el día de hoy. Mi papelera está llena, Úrsula; éste es el último papel que me queda, la noche está ya bien entrada y creo que jamás podré sentir aquello que siento en este instante, este frenesí que domina mis dedos y me hace ser sincero, me hace ser yo mismo, como en aquellos días de verano, cuando éramos jóvenes, tú y yo, cuando el resto del mundo no estaba loco y nosotros teníamos sueños, ¿te acuerdas? Yo, hasta hoy, casi lo había olvidado.

Soy consciente de que nos estoy arriesgando a ambos al escribir esta carta; ¿acaso importa? Ya no nos queda demasiado que vivir, y yo moriría con tal de verte un solo segundo más. Ahora enseño, Úrsula; el director de este instituto fue un día republicano, pero, al igual que nosotros, ha conseguido ocultarse. Deberías conocerle.

Mis alumnos más mayores tenían que entregar hoy un ensayo; “Lo que ha cambiado mi vida cotidiana”. La mayoría me ha hablado de una hermana o un trabajo, pero Marcelo Oise no; es diferente y, a veces, parece que te estoy viendo cuando le miro a los ojos. El muchacho ha escrito acerca de la televisión que compraron sus padres allá por agosto; ha contado cómo consiguió sintonizar un canal internacional casi sin querer, y cómo cada día ve las noticias de los Estados Unidos. ¡De los Estados Unidos, Úrsula! Sabe que no es legal, pero dice que vio el discurso de Martin Luther King en directo, que ha aprendido inglés y conoce de antemano las declaraciones que hacen cuando los rusos amenazan una y otra vez.

Supongo que ya sabrás por dónde voy. Marcelo estaba viendo, este viernes, veintidós de noviembre, aquél desfile en el que participaba Kennedy. Vio en directo y en color cómo le daban un tiro en la cabeza. Imagina cómo debería impactar esa imagen a un chico de apenas dieciocho años. Cuando lo leyó, esperaba una lágrima o una muestra de pura empatía; pero, en su lugar, habló de revolución, de poder, de guerra y de Dios. De cómo se daba más importancia a una persona que a los miles de almas que mueren cada día en Vietnam, en África y en todo el mundo. Es un muchacho peculiar, ciertamente.

Te preguntarás por qué te cuento todo esto. No es sólo porque sus palabras me hayan evocado tiempos mejores, en los que tú y yo no estábamos separados y los pájaros aún cantaban sobre nuestras cabezas. Es porque citó una frase que seguro recordarás: “Dios es la mejor broma de Dios”. ¿Te acuerdas, antes de la guerra, cuando te reías de mí por adorar a un poeta contrario a mis ideas?

Todo esto me ha hecho recordar lo que tú y yo vivimos. Te escribo para decirte que vuelvo a buscarte. Sé que aún sigues viviendo en la misma casa, que tendrás un marido y puede que también hijos; pero necesito verte.


Besos de alguien que una vez estuvo a tu lado,

Ángeles (o Lina, como te gustaba llamarme en secreto entonces)



(Imagen parcial del trabajo de Marcelo que aparece en la carta)

(Documento audiovisual que bien pudiera ser lo que vio el joven Marcelo en su televisión)

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